Columnas
La ignorancia mata. Catrillanca y Rawls
"Lo ocurrido con la muerte de Camilo Catrillanca es la demostración práctica del lugar al que nos conducen la sordera y ceguera frente al pensamiento jurídico de alguien como Rawls. O si se ignora todo acerca de la justicia como corrección, defendida por Robert Alexy".
Por Esteban Vilchez
A menudo pareciera que el pensamiento filosófico y, en particular, el filosófico jurídico, fuera una entelequia incapaz de ser entendida ni menos aplicada a nuestras vidas diarias. Pocos entre estudiantes de derecho, abogados, jueces o ministros de justicia han leído – y menos aún, entendido –, por ejemplo, la Teoría de la Justicia, de Rawls. La odiosa pregunta en un mundo dominado por la técnica, la eficiencia y la utilidad es la de siempre: ¿sirve para algo leerlo y entenderlo? Sin validar que esta sea la pregunta correcta, al menos diremos que sí y en una situación concreta.
Todo los que operamos dentro del sistema judicial, deberíamos estar obsesionados con que él sea un sistema que aplique justicia. Todos nuestros esfuerzos estudiando hasta altas horas de la madrugada para enfrentar un examen de grado; todos nuestros desvelos como jueces para dar con una sentencia correcta y bien fundada; todas las horas que dedicamos a defender los derechos de personas ante los tribunales y las Cortes; todas nuestros debates sobre cuál sería la solución equitativa en un conflicto social concreto; todas las aspiraciones del feminismo defendido por abogadas acerca de algo como la ley de cuotas; todos los artículos y ensayos acerca de las mejores técnicas y procedimientos para asegurar un debido proceso; y, en fin, todo lo que hacemos debería estar presidido por una sola obsesión: la de que como grupo humano denominado “sistema judicial” seamos un grupo justo, que otorga soluciones justas.
Rawls consideraba que la justicia suponía al menos dos cosas centrales: (i) el reconocimiento de libertades y derechos iguales para todos; y, (ii) la equitativa igualdad de oportunidades. Y si había que admitir ciertas desigualdades, el principio de diferencia señala que ellas son aceptables en la medida en que vayan en beneficio de los más desaventajados. Para Rawls, un liberal igualitarista – así como para socialistas como Gerald A. Cohen –, obtener ventajas a partir de la suerte, la herencia y los talentos naturales no es algo justo, de modo que corregir diferencias surgidas de fuentes ajenas al mérito, es un acto de justicia. Para Rawls, una “democracia de propietarios”, en la que la propiedad se dispersa y se distribuye de modo amplio es la mejor forma de asegurar la vigencia de sus principios de justicia, pues la libertad sin una base material es una palabra vacía. Para este pensador, un bien primario es el auto respeto, tanto en el sentido que una persona tiene de su propio valor como en el de la confianza en la suficiencia de las propias habilidades para llevar a buen puerto el plan de vida que se ha propuesto. Y ello supone recibir el apoyo necesario, del sistema social e institucional, para concretarlo.
Un sistema moral razonable – y, a su vez, un sistema de justicia basada en ella – supone reconocer en los otros a personas morales cuyos intereses deben ser tratados por igual. No hay, racionalmente hablando, fundamento alguno para privilegiar o menospreciar intereses o para enaltecer o despreciar personas o grupos de personas. Dice Rawls que la idea de moralidad, y en particular de justicia, está contenida en el acto de reconocimiento de las personas como tales, lo que resumen en una frase simple y poderosa: “la justicia es el reconocimiento de las personas en cuanto personas”. Esto, cómo no, significa “tomarse a las personas en serio”, que no es otra cosa que considerarlas como personas morales libres e iguales.
Si usted toma todo este aparato conceptual, apenas comprimido aquí, podrá advertir que el juicio sobre un determinado acto o situación supone, por cierto, conocer la realidad de ese acto o situación, pues no podemos juzgar su justicia si primero no lo conocemos tal cual se presenta en la realidad. Usted no puede juzgar la justicia de A si lo que le presentan es B.
Traducción concreta, para quienes necesitan “resultados”, es que si usted quería saber si la muerte de Camilo Catrillanca fue un acto de profunda injusticia o no, tenía que saber exactamente qué había ocurrido. Si los Carabineros hubiesen repelido los disparos de Camilo, el juicio sería uno; si hubiesen disparado a un joven desarmado y por la espalda, el juicio sería – y en rigor, hoy, es – otro.
Lo ocurrido con la muerte de Camilo Catrillanca es la demostración práctica del lugar al que nos conducen la sordera y ceguera frente al pensamiento jurídico de alguien como Rawls. O si se ignora todo acerca de la justicia como corrección, defendida por Robert Alexy. O si se desconoce todo sobre filosofía moral. O si nuestros carabineros no tienen siquiera una sospecha de lo que son los derechos humanos; en particular, el comportamiento de estos carabineros demuestra que no tienen idea de cómo se originaron, de cuáles son sus fundamentos ni de las razones que justifican respetarlos. Porque si las personas crecemos ignorantes de estos temas no tendremos maneras de desarrollar el afecto por ellos. No podemos amar la justicia ni obsesionarnos ni por el respeto a los derechos humanos si no leemos lo que personas más inteligentes que nosotros han dicho a su respecto.
La muestra de las consecuencias prácticas de ser ignorantes e inmorales las tenemos en el asesinato de Camilo: i) Uniformados que mienten abiertamente y destruyen evidencia; ii) Mentiras que son apoyadas irreflexivamente por autoridades de gobierno y de la propia institución, sin que luego haya sanciones al mismo nivel en donde los apoyos fueron dados; iii) No se reconocieron derechos iguales a un joven de 24 años que fallece por un disparo en la nuca; iv) No se reconocieron derechos iguales a un joven de 15 años, golpeado y torturado, según lo denuncia el INDH; v) No se tomó a estos jóvenes mapuches en serio, porque el sistema estatal chileno y sus instituciones, a través de sus agentes policiales y personeros de gobierno, tienen serios problemas para ello, para considerarlos como libres e iguales.
En definitiva, otra muerte evitable, otro acto de profunda injusticia. No leer a Rawls, a Sen, a Sandel, a Alexy, a Zaffaroni, a Ferrajoli y a tantos otros, y no entender, no pensar y ser ignorante no es inofensivo. Hay gente que muere por culpa de ello.