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Inteligencia Artificial y el ejercicio profesional (Parte 2): nuevas competencias para abogados

Por Fernando Fernández y Carlos Reusser*

Cuando apareció Excel en los años ochenta, muchos pensaron que sería el fin de los contadores. ¿Para qué necesitaríamos profesionales que registraran operaciones si una planilla podía realizar todos los cálculos en segundos?

Fernando Fernández

Pero la realidad fue otra: Excel no eliminó la profesión, si no que la transformó, y los contadores pasaron ahora a analizar escenarios, planificar estrategias financieras o tributarias y, en general, a aportar valor en ámbitos antes impensados.

Hoy, la abogacía enfrenta una disyuntiva similar: la irrupción de la inteligencia artificial (IA), y en particular de los modelos de lenguaje (LLMs), no augura la extinción de los abogados, pero sí un cambio profundo en las competencias que definirán su valor en el mercado.

De tareas rutinarias a funciones estratégicas

La IA ya puede realizar en segundos actividades que antes requerían semanas de trabajo humano: revisar documentos masivamente, buscar normas aplicables, clasificar jurisprudencia, redactar borradores de contratos o preparar escritos que causen impacto en el caso concreto. Y este cambio no es menor, pues altera los fundamentos económicos de lo que implica prestar servicios jurídicos.

Si el insumo más costoso de la abogacía —el ingente tiempo dedicado a procesar información y predecir escenarios— se abarata drásticamente gracias a la IA, lo que gana valor no es la ejecución automática, sino que el juicio estratégico.

Carlos Reusser

Como explican Ajay Agrawal, Joshua Gans y Avi Goldfarb en Prediction Machines (2018), cuando la predicción se abarata, lo escaso y verdaderamente valioso pasa a ser la capacidad humana de decidir en la incertidumbre.

Nuevas competencias para un nuevo escenario

¿Qué habilidades debe cultivar el abogado en la era de la IA? No son necesariamente nuevas en su esencia, pero cambian en prioridad y profundidad. Entre ellas, destacan las siguientes:

  1. Juicio jurídico: la capacidad de ponderar principios y normas en contextos ambiguos. Ningún algoritmo puede sustituir la sensibilidad que exige interpretar más allá de la letra de la ley, particularmente en una era en que parte sustancial de la legislación se comienza a articular en torno a principios.

 

  1. Toma de decisiones en la incertidumbre: la IA puede ofrecer escenarios y probabilidades, pero el valor radica en decidir con criterio cuando la información es limitada o contradictoria.

 

  1. Comunicación efectiva e inteligencia emocional: los clientes buscan confianza, empatía y claridad. El abogado que se limite a entregar datos perderá terreno frente a quien sepa construir relaciones humanas sólidas.

 

  1. Gestión de servicios de calidad: diseñar procesos, medir la satisfacción y garantizar experiencias centradas en el cliente se vuelve esencial en un entorno donde la tecnología estandariza lo básico.

 

  1. Pensamiento estratégico: anticipar escenarios legales, económicos y sociales, integrando visiones de negocio y política, para diseñar respuestas sostenibles en el tiempo.

 

  1. Cultura general y apertura multidisciplinaria: el abogado del futuro (de un futuro muy cercano) no solo debe hablar el lenguaje del Derecho, sino también el de la economía, la tecnología, la ética y la gestión.

 

  1. Competencia tecnológica: usar IA no es opcional. El prompting —la habilidad de formular instrucciones precisas a los modelos— se convierte en una destreza profesional indispensable. Mal aplicado, genera resultados perjudiciales para los clientes; bien utilizado, multiplica el valor que el abogado puede ofrecer.

 

De lo técnico a lo humano

El punto central es que las competencias con mayor proyección son, paradójicamente, las más humanas.

La IA puede ayudarnos a encontrar precedentes, redactar borradores o resumir jurisprudencia, pero no puede reemplazar la capacidad de interpretar intereses en conflicto, negociar acuerdos sostenibles ni comunicar decisiones de manera persuasiva.

Entonces, así como Excel liberó a los contadores del tedio de sumar y calcular fórmulas matemáticas, la IA libera a los abogados de las tareas rutinarias para que puedan dedicarse a lo esencial: comprender a sus clientes, anticipar riesgos, diseñar estrategias sólidas y ejercer el rol que nunca debió perderse —el de ser estrategas, intérpretes y consejeros de confianza.

Síntesis

El riesgo no es que la inteligencia artificial elimine a los abogados, sino que aquellos que no se adapten se sumerjan en la irrelevancia, sin advertirlo, hasta que sea demasiado tarde.

Quienes comprendan esta transformación no solo conservarán su lugar, sino que lo ampliarán. Porque en el nuevo ecosistema jurídico, el valor ya no reside en acumular conocimiento, sino en aplicarlo con criterio, ética y propósito.

El abogado del futuro será, sin duda, un profesional híbrido: con raíces firmes en el Derecho y una mirada abierta al mundo tecnológico, cultural y estratégico que lo rodea, tendrá claro que en una era donde la información abunda, la verdadera excelencia consiste en transformar ese caudal de datos en decisiones oportunas e informadas que permitan construir una confianza a toda prueba.

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