Editorial

La paz por medio del Derecho

"En Chile el sistema de justicia, a pesar de los millones de dólares inyectados en las reformas procesales, sigue sin funcionar, sin entregar confianza, sin ser una alternativa sensata para la resolución de conflictos del ciudadano de a pie. Enfrentar ese fracaso, y reconocerlo, por frustrante y doloroso que sea, es el primer paso".

Según un Estudio del Centro UC de Encuestas y Estudios Longitudinales, del año 2016 (http://goo.gl/udVU9C), la nota al desempeño de los tribunales era de un 3,9 en una escala de 1 a 7; un 95% de los encuestados señaló que estaba convencido de que hay tratos preferentes en el sistema judicial, en tanto que un 83,8% estaba en desacuerdo o muy en desacuerdo con a la frase “la justicia es igual para todos”. Finalmente, solo un 8,3% señaló estar satisfecho o muy satisfecho con el sistema de justicia chileno.

Otros datos interesantes son los que siguen: un 92,8% considera que los abogados son caros y un 93,3% cree que existe una “puerta giratoria en Chile”, afirmación algo curiosa si a la vez un 92,9% cree que las cárceles están hacinadas.

Conforme a una encuesta de Libertad y Desarrollo del año 2005, el Poder Judicial era percibido como la institución más corrupta del país (http://goo.gl/yht48), en tanto que otra encuesta de la misma entidad (http://goo.gl/WwyZw4), del año 2012, daba cuenta de que el 81% consideraba al sistema de justicia nada o poco confiable. Más interesante aún es que un 43% creía que un órgano independiente del poder judicial debería evaluar el desempeño de los jueces, en tanto que un 32% estimaba que debería hacerlo la ciudadanía mediante elecciones; solo un 12% apoya el actual sistema de evaluaciones por los superiores jerárquicos al interior del Poder Judicial.

La radiografía anterior es perfectamente elocuente. Lo inquietante es lo que puede seguirse a partir de ella.

De un lado, convengamos en que todos los operadores del sistema de justicia – jueces, abogados, estudiantes, académicos, universidades, ministerio de justicia, etc. – estamos inmersos en lo que, a los ojos de la ciudadanía, no es sino un patético y estrepitoso fracaso a la hora de impartir justicia. En Chile el sistema de justicia, a pesar de los millones de dólares inyectados en las reformas procesales, sigue sin funcionar, sin entregar confianza, sin ser una alternativa sensata para la resolución de conflictos del ciudadano de a pie. Enfrentar ese fracaso, y reconocerlo, por frustrante y doloroso que sea, es el primer paso. Un enfermo comienza su curación cuando se reconoce enfermo.

Por otra parte, la pregunta es si tenemos conciencia del grave riesgo que importa para una sociedad contar con un sistema de justicia tan deficitario. Si se mantiene en el tiempo la convicción de que se trata de un sistema derechamente incapaz de resolver con justicia nuestros problemas, finalmente terminará extendiéndose la idea de la justicia por propia mano. De ahí la tendencia a los ajusticiamientos “populares” o los aplausos que entre los menos pensantes desatan la fuerza policial desmedida o las torturas a detenidos que han sido acusados de crímenes deleznables.

Cuando el sistema judicial fracasa, comienza a fracasar la idea misma de una sociedad civilizada y respetuosa de los derechos humanos de todos, sin excepción. Cuando nos terminamos convenciendo de que no podemos acudir a los tribunales en busca de soluciones sensatas, justas e imparciales para resolver nuestros conflictos, esa “paz por medio del derecho” de la que hablaba Kelsen a propósito del ámbito internacional, no será posible en nuestro ámbito interno.

La pregunta final es si seguiremos negando lo evidente y su forzosa conclusión o si, por el contrario, haremos algo al respecto.

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