Editorial

La justicia transformada en letras

Jeremy Rifkin, sociólogo y economista estadounidense, escribió un libro estupendo y esperanzador, bajo el título La Civilización empática. La tesis central de este autor es que la humanidad ha mostrado una creciente capacidad empática. Con datos duros, como gustan de decir algunos, Rifkin demuestra la exactitud de su aserto, en un mundo en el que lo cool es hablar de lo perversos que somos los seres humanos. La enorme mayoría de las personas son razonablemente bondadosas y altruistas; cuestión distinta es que la pequeña minoría que ejerce el poder se componga muy mayoritariamente de narcisistas, megalómanos o psicópatas capaces de producir graves consecuencias.

Pues bien, entre los muchos factores que han contribuido a que la mayoría de la humanidad pueda situarse en la mirada y realidad de otros, comprender perspectivas diferentes, imbuirse de la cosmovisión de otras culturas y “vivir” los sentimientos de otros, se cuenta la literatura. Rifkin dedica buenas páginas a destacar cómo con la expansión de los libros las personas pudieron, por vez primera de forma masiva, ingresar en los mundos de otros y salir de la estrechez mental a que podrían estar condenados.

Nadie puede dudar de los beneficios impagables de la lectura. Las novelas permiten asomarse a mundos diferentes, habitados por personajes que nos interpelan y cuestionan y que nos comunican sentimientos que podemos compartir, entender o rechazar. Los ensayos y las crónicas nos ayudan a entender un poco más el mundo que nos rodea; la historia nos explica al menos en parte el presente y hasta aventurar ideas sobre lo que viene; la filosofía nos introduce en las preguntas más profundas que nos agobian; la divulgación científica ha colaborado con el conocimiento basado en la experimentación y la evidencia, que son las razones más básicas por las cuales hemos dejado de quemar brujas y herejes o de intentar curaciones de enfermedades a través de los rezos.

Ante todo, la lectura permite informarse y tomar decisiones con un mayor grado de conciencia y claridad en nuestras democracias. El ciudadano mejor y más informado es menos proclive a comprar discursos populistas y a creer en políticos cuyo buen hablar no se compadece con un buen actuar. No es extraño, pues, que élites políticas interesadas en mantener el control de la población y su capacidad de engañarla sin dificultades no fomenten la lectura ni la cultura en general. No por casualidad la Iglesia Católica tuvo su Index y los nazis hacían hogueras con libros. En ese sentido, el precio altísimo de los libros es perfectamente funcional para un sistema capitalista que no quiere que los cuestionadores o críticos de él proliferen.

Quizás este análisis no despierte todos los acuerdos de quienes lo lean, pero en donde sí suponemos que hay acuerdo es en el hecho de que cualquier acción orientada a que la lectura sea más accesible y los libros más comprables es una acción plausible. Convendremos en que no es justo que los libros escapen de las posibilidades de adquisición de la población y que mientras más baratos sean más justicia se hace a la necesidad y al anhelo de leer, informarse y aprender.

En esa línea, la iniciativa “Recoletras”, del alcalde Daniel Jadue, no puede sino ser reconocida como un aporte a la justicia y a la cultura.

Es fundamental apoyar sin reservas todo lo que promueva la lectura y el acceso a los libros. Nadie quiere atacar ni denostar a las librerías ni postergar el fomento de las bibliotecas, porque las primeras solo son parte de un engranaje en donde el mercado es siempre el que decide incluso cuánto podemos aprender y porque las segundas son una alternativa compatible.

Desde el mundo del derecho, donde la lectura, los libros y la justicia son la actitud, el vehículo y el principio de nuestro accionar, solo queda aplaudir y reconocer lo que ha ocurrido en la Municipalidad de Recoleta: los que antes no podían comprarse un libro, ahora lo pueden hacer. ¿cómo criticar algo así sin mostrar mezquindad?

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