Columnas
Couture o repensar el ejercicio del Derecho
"Tras los últimos episodios mediáticos en que se han visto involucrados abogados en nuestro país, juzgar y crucificar a otros que se han equivocado es fácil; y negarles una posibilidad de redimirse y reconocer su error, es aún más fácil y menos humano".
Eduardo Juan Couture Etcheverry (1904-1956) es, para muchos, el más prestigioso procesalista americano del siglo XX. Además de su obra y trayectoria académica, que suele convertirlo en cita obligada en numerosas publicaciones de derecho, dos aspectos de su existencia pueden ser especialmente llamativas.
Una de ellas es aquel episodio, no muy conocido, en el que colaboró decisivamente para que Hans Kelsen, otra personalidad insigne del derecho, lograra escapar con vida del infierno nazi desatado en Alemania. Una demostración clara no ya de su intelecto superior, sino de su empatía y bondad, propias de los espíritus selectos.
La otra es su conocidísimo “Decálogo del abogado”, que habla de estudio, de pensar, de trabajar y ser leal, entre otras cosas. Cuando habla de trabajar, Couture nos dice que la abogacía es una ardua fatiga puesta al servicio de las causas justas; y cuando habla de “luchar”, nos señala que el deber de un abogado es luchar por el derecho, pero que si este entra en conflicto con la justicia, debemos luchar por la justicia. Sí, un buen representante de quien no considera que el derecho sea simplemente la ley positiva… pero eso es harina de otro costal.
Siete años después que Couture, nacía Rudolf Jan Sturza, en la época en que los checos formaban todavía parte del imperio Austro-Húngaro. Checoeslovaquia nacería tras la desintegración de ese imperio, después de la primera guerra mundial. Crecería Sturza en la Checoeslovaquia que luego fue obligada por Hitler a entregar los Sudetes, con el apoyo, hay que decirlo, de Neville Chamberlain y Édouard Daladier, por Inglaterra y Francia, respectivamente.
Pues bien, Sturza estudió derecho y se hizo abogado. Montó, con ayuda de varias personas, una fábrica de certificados (falsos) de bautismo católico para cientos o miles de judíos que lograron escapar de la Checoeslovaquia ocupada.
Hans Koch fue un abogado alemán opositor al nazismo, asesinado por orden de la Oficina Central de Seguridad del Reich, en Berlín, en 1945.
En Chile tuvimos nuestros propios héroes infinitamente valientes, que no han sido pocos.
Y así como en el pasado nazi hubo jueces nazis que asesinaron a miles mediante juicios que eran farsas absolutas, como Roland Freisler; penalistas que visitaban campos de concentración, como Maurach; o pensadores que alababan el nazismo y la idea de la política basada en la división entre amigos y enemigos, en Chile tuvimos abogados que negaron la violación de los derechos humanos y una Corte Suprema y Cortes de Apelaciones que no tuvieron la valentía de defenderlos.
Las abogadas feministas acaban de lograr un poco de igualdad en el Colegio de Abogados (y Abogadas) y ABOFEM persigue igualdad para las mujeres en el mundo del derecho.
Los nuevos abogados y abogadas que vienen, ¿estarán dispuestos a luchar por la justicia si esta es amenazada por leyes que la vulneren? Los futuros ministros de las Cortes, ¿estarían dispuestos a proteger la vida de las personas frente a una dictadura que busque matar a los opositores? ¿Llegará una nueva generación para la que lo decisivo sea defender causas justas y no ganar dinero? ¿Habrá una camada nueva de abogados para la que la verdad sea algo que no se transe a favor de una versión por cuya defensa pague un cliente?
Depende de nosotros y nosotras hacer de esta profesión algo de los que nos sintamos orgullosos, en lugar de ser el objeto de chistes y burlas asociadas a la capacidad de mentir y a la codicia que guía a la mayor parte de los abogados. Depende de cada abogado y abogada que, como decía Couture, nuestra profesión sea algo de tal entidad que nos parezca un honor proponerle a nuestro hijo o a nuestra hija que se conviertan en abogado o abogada.
Tras los últimos episodios mediáticos en que se han visto involucrados abogados en nuestro país, juzgar y crucificar a otros que se han equivocado es fácil; y negarles una posibilidad de redimirse y reconocer su error, es aún más fácil y menos humano. Mucho más complejo es mirarnos a nosotros mismos y ver nuestras miserias, nuestras propias y anónimas traiciones a la justicia, nuestras desidias en la defensa de los clientes; nuestro olvido del litigante pobre en beneficio del cliente adinerado. Y todavía es más difícil observar hasta qué punto un sistema en donde el abogado gana dinero por el triunfo de la versión de un cliente y no de la verdad, o donde el fiscal es reconocido por el número de condenas y no por el número de veces en que descubre qué es lo que realmente ocurrió, es, en sí mismo, un sistema que corroe la ética y destruye el decálogo de Couture.
Es hora de empezar a pensar seriamente en quiénes somos y en quiénes queremos convertirnos. Esas son las preguntas que desde la historia nos hace Couture.