Columnas
La gig economy y el riesgo de la irrelevancia
Por Francisca Vial, Directora Área Laboral en Eyzaguirre & Cia*
¡Qué vértigo mirar el futuro! Mientras el mundo avanza hecho un bólido, nosotros seguimos con el freno de mano puesto.
Afuera las tecnologías no cambian, mutan. La inteligencia artificial ya no hace tareas pequeñas: está camino a volverse “supra” y cruzar la frontera de lo humano. Se mueve el piso completo del trabajo y en Chile seguimos orgullosos si dominamos un Excel con tablas dinámicas.
Miremos la realidad sin filtro:
no somos Silicon Valley, somos el backstage de su algoritmo.
En Estados Unidos los taxis se manejan solos. Los chips mezclan neuronas con cables. Inventan el futuro mientras toman café orgánico y nosotros copiamos el café orgánico creyendo que eso nos vuelve parte del futuro.

Las nuevas tecnologías ya son tema de conversación en el Hemisferio Norte y acá creemos que estar al día en compliance es ser futurista.
En este rincón del planeta seguimos discutiendo si subir o no el sueldo mínimo, si corresponde una indemnización o si alcanzan las horas sindicales, como si el resto del mundo estuviera esperando y nada pasara.
El mundo va en quinta y nosotros seguimos peleados con la palanca de cambios.
La gig economy ya es cerca del 12 % del empleo global y creciendo como espuma. Plataformas, apps, freelancing, servicios a demanda. Trabajo que te cae como pedido de delivery, sin oficina, sin jefe a la vista, sin contrato que valga.
Y nosotros todavía soñando con la pega fija y el reloj control.
Si seguimos mirando para otro lado, podemos terminar como la granja de datos de la inteligencia artificial: produciendo insumos baratos para que otros se llenen los bolsillos. Ellos se lucirán con robots y chips de otro planeta, mientras acá celebramos que subió la UF y cayó un bono.
La pregunta es sencilla y duele:
¿Queremos ser los que diseñan el futuro o los que lo miran por YouTube?
Porque lo que está en juego no es solo plata, ni crecimiento, ni si la negociación es a nivel de empresa o ramal. Lo que está en juego es para qué trabajamos: si tendremos un trabajo que nos dignifique o si seguiremos exprimiéndonos hasta que un algoritmo decida que ya no servimos.
El futuro no es Uber que llega.
El futuro es Uber que te pasa por arriba mientras un robot reparte pedidos,
un dron hace inventario en bodega
y una inteligencia artificial despide al gerente por ineficiente.
No se trata de botar lo que ya existe ni de pelearse con lo que hemos logrado. Se trata de nombrar lo que está pasando y que preferimos callar. Porque cuando hacemos silencio, no protegemos el trabajo: lo dejamos solo frente a las máquinas.
No hay término medio.
O inventamos algo nuevo o terminamos haciendo click en “aceptar términos y condiciones” de la historia que escriben otros.




