Columnas
El campo no se hereda: se planifica y se gobierna
Por: Manuel José Vial P.
Abogado y socio VA Legal
El fenómeno de la parcelación agrícola es un síntoma de un problema más profundo: la falta de planificación para la sucesión en el campo. Herederos sin interés en el negocio, falta de liquidez para el pago del impuesto de herencia y diferencias económicas entre los beneficiarios terminan por promover el fin del negocio familiar. Con ello se diluye no solo el patrimonio, sino también el principal factor de unión: el campo como proyecto común.

Durante décadas, el campo familiar ha sido más que una unidad productiva; ha sido el espacio donde la familia se reconoce a sí misma. Sin embargo, cada vez son más los predios que, tras la muerte del patriarca, quedan atrapados en un limbo legal y afectivo. El campo pasa de ser una empresa viva a una comunidad hereditaria. Este régimen, establecido por el Código Civil (artículos 2304 y siguientes sobre cuasicontrato de comunidad, y 1317 y siguientes, sobre partición de bienes), exige unanimidad para toda decisión relevante. Si un heredero no está de acuerdo, nada puede hacerse. Ni arrendar, ni invertir, ni vender.
En la práctica, esta estructura (pensada originalmente para proteger la equidad entre los herederos) termina por inmovilizar el negocio. El resultado suele ser predecible: abandono, conflicto y, finalmente, la venta o subdivisión del terreno. La buena voluntad no reemplaza la estructura, y la ausencia de planificación termina convirtiéndose en el principal enemigo de la continuidad familiar.
La necesidad de anticiparse
El primer paso para evitar ese desenlace no es jurídico, sino emocional. Consiste en comprometer a la siguiente generación con el destino del campo. Reuniones periódicas, revisión de resultados, informes contables y comerciales, e incluso la participación en pequeñas decisiones permiten despertar el interés de los hijos o nietos por la actividad agrícola. Ese proceso de integración temprana no solo mide el real interés por continuar el negocio, sino que también revela si el proyecto es sostenible más allá de la figura del fundador.
Esa etapa de prueba constituye una suerte de marcha blanca que puede servir de base para construir un plan de gobernanza familiar. Se trata, en definitiva, de pasar del afecto a la estructura, transformando el campo en una organización que combine tradición y gestión.
Darle forma jurídica a la continuidad
Cuando la familia demuestra disposición para participar, el siguiente paso es traducir ese compromiso en una estructura formal. La constitución de una sociedad familiar agrícola (SpA o Ltda.) permite reemplazar la comunidad hereditaria por un marco con órganos, funciones y reglas de decisión. En esa transición, el patriarca puede mantener el control mediante usufructos, mandatos o donaciones con reserva de administración, asegurando la continuidad sin perder autoridad.
Junto con la sociedad, resulta esencial la creación de un protocolo familiar. Aunque no existe una regulación específica en Chile, su validez se sustenta en el principio general de los contratos (artículo 1545 del Código Civil). En este instrumento se establecen los principios que regirán la empresa familiar, tales como los criterios para participar en la administración, los mecanismos de resolución de conflictos, la política de reinversión y distribución, las condiciones para la venta o traspaso de derechos y la conformación de un consejo familiar que funcione como espacio de diálogo.
En Europa, los protocolos familiares incluso se inscriben en registros públicos, como forma de dar transparencia y permanencia a los acuerdos. En Chile, su eficacia depende de la seriedad con que se redacten y del compromiso de las partes por cumplirlos.
Profesionalizar la gestión sin perder identidad
El campo puede y debe profesionalizarse, sin que ello signifique perder su carácter familiar. Incorporar asesores externos, establecer auditorías o separar la gestión de la propiedad no es un gesto de desconfianza, sino de prudencia. El negocio agrícola, por su naturaleza expuesta al clima, los mercados y las exportaciones, requiere una estructura estable y previsible. La tierra no solo se trabaja: también se gobierna.
La transición del patriarca
El traspaso del control es quizás la etapa más sensible. Muchos agricultores temen que planificar la sucesión implique renunciar al mando. Sin embargo, los mecanismos jurídicos modernos permiten transiciones graduales y seguras. El usufructo vitalicio, las donaciones con cláusulas de reversión o la creación de directorios familiares en los que el fundador mantiene la voz principal son ejemplos de herramientas que facilitan una transferencia ordenada. Planificar no es abdicar; es asegurar que la obra de una vida no se disuelva en una partición.
Un legado que trasciende
El campo familiar puede ser el punto de unión más sólido de una familia, pero solo si existe una estructura que lo sostenga. No basta con heredar la tierra: hay que heredar el proyecto. Cuando la gobernanza reemplaza a la improvisación y la planificación sustituye al azar, la sucesión deja de ser un riesgo y se convierte en un legado.
El campo no se hereda: se gobierna. Y gobernar, en este contexto, es la forma más profunda de cuidar lo que se quiere.




