Columnas

IA Generativa, ¿ridícula, peligrosa…. evidente?

Por Betty Martínez-Cárdenas* 

Hace unas semanas llegó a mí, a través del algoritmo de YouTube, una conferencia realizada por el biólogo francés Ibris Aberkane (Comment libérer et muscler notre cerveau?, 21 de marzo de 2018 en el Bocapôle de Bressuire). En medio de una disertación maravillosa dividida en dos partes, él recordaba un mensaje de Schopenhauer y Gandhi consistente en que toda idea, para que sea revolucionaria, debe pasar por tres etapas, primero debe ser considerada “ridícula”, luego debe ser tomada por “peligrosa” y, finalmente, debe ser tenida como “evidente”.

Y nos da varios ejemplos, como el voto femenino, la redondez de la tierra, la abolición de la esclavitud o del apartheid, que las mujeres pudiéramos vestirnos con pantalón e incluso que la corriente alternativa de Tesla, empleada hoy,  fuera sin embargo objeto de lobby por parte de Edison ante el congreso para prohibirla, por peligrosa, con ejemplos como el elefante electrocutado. En efecto, todas estas ideas que revolucionaron nuestra forma de vivir pasaron por estas tres etapas.  

Ahora bien, como lo explica Aberkane, es fácil mirar hacia atrás e identificar estas tres etapas en la historia. Lo difícil es preverlo hacia el futuro, ya que, si bien toda idea revolucionaria tuvo que ser ridícula al principio, no todo lo que es ridículo o peligroso, será revolucionario.  Esto es, en mi opinión, lo que está ocurriendo con la IA, en particular, con la IA Generativa.

Veamos, hace un año, más o menos, recuerdo a varios colegas pensar que hacer corregir un texto humano por una máquina era “ridículo”, muchos incluso invalidaron cualquier uso de la IA al constatar que esta podía “alucinar”.  Era así “ridículo”confiarle algo a la IA, porque muy seguramente el resultado sería erróneo. Sin embargo, hoy, es claro que, si a la IA generativa se la alimenta con información correcta y se le dan instrucciones detalladas, denominadas “prompts”, ella puede generar textos de alta calidad, sin alucinaciones y, en consecuencia, ¿adivinan?, la IA generativa se convirtió en “peligrosa”.

En efecto, a la hora actual, se percibe el peligro porque ya no es posible distinguir entre lo que hace un autor y lo que hace la IA en la que se apoya para escribir un texto o crear una obra artística. Este desafío ha abierto un gran debate sobre los derechos de autor, el concepto de originalidad e, incluso, en algunos casos, ha abierto la posibilidad de crear nuevas percepciones del plagio académico al entender como tal, repito por algunos, el hecho de copiar el texto generado por IA, aun cuando esta, per se, no es sujeto de protección por el derecho de autor, justamente por no ser humana. 

Esta idea de peligrosidad nos ha llevado a crear y utilizar “detectores de IA” en casi todo contexto y de manera absoluta, sin considerar siquiera que tales detectores también funcionan con IAs que pueden producir alucinaciones.  Más de una carrera académica ha sido frustrada por alegaciones de “plagio” como consecuencia de haberse detectado el uso de IA en un escrito académico, aun cuando el autor hubiera tenido un récord como magnífico estudiante.  

El peligrosismo continúa en el campo de la publicación de textos.  Las revistas académicas recientemente han modificado sus políticas para solicitar a los autores que hagan “declaraciones de transparencia” en relación al uso de la IA en la elaboración de sus papers. Sin embargo, ninguna solicitaba, ni aún hoy lo solicita, respecto de las personas contratadas por el mismo autor para realizar la corrección de estilo antes de presentar el texto a la revista, o por los mismos correctores contratados por ella, o por los árbitros que usualmente solicitan modificar el texto en uno u otro sentido, con el fin de mejorar la calidad del mismo o, incluso, el mismo editor, que en ocasiones hace cambios directamente sobre artículo que finalmente sale a la luz. 

Peligro, en particular para los estudiantes, víctimas de una brecha ya generacional en el manejo del lenguaje y para quienes, la IA generativa podría representar la excusa perfecta para hacerse reemplazar en esta “tortuosa” labor de aprender a utilizar la lengua y organizar sus ideas en un texto escrito.  La brecha, dirían algunos, tiende a hacerse aún más grande:  “nadie va a saber hacer nada”, de continuar por este camino.

Sin embargo, como lo recuerda Aberkane, el paso de “peligroso” a “evidente” se hace sin transición alguna. Así que, me pregunto, cuando entendamos que la IA generativa también puede ser una extensión de nosotros mismos, que puede emplearse para aprender a escribir, para corregir errores, para encontrar lo que no podemos ver con nuestros ojos e incluso, para inspirarnos ¿cuánto tiempo pasará para comenzar a considerar que el apoyarse en la IA para generar el texto original no solo es necesario, sino “evidente”?

Betty Martínez-Cárdenas* , abogada y doctora en Derecho. Profesora Investigadora de la Facultad de Derecho, Universidad Finis Terrae

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