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Inteligencia Artificial y el ejercicio profesional (Parte 1): el dilema del innovador en el ejercicio de la profesión jurídica

Por Fernando Fernández y Carlos Reusser

Durante los últimos años hemos sido testigos de cómo la inteligencia artificial (IA) —y, en especial, los modelos de lenguaje de gran escala (LLMs)— han comenzado a transformar tareas que antes parecían propias y exclusivas de los abogados. La revisión de documentos, la clasificación de jurisprudencia, la redacción de borradores de contratos e incluso el apoyo en estrategias judiciales o de negociación son funciones que ya pueden realizarse, al menos en parte, sin intervención humana directa.

¿Estamos, entonces, frente al “fin” de la profesión jurídica?

La respuesta corta es no. Pero tampoco se trata de un fenómeno superficial que podamos ignorar. Estamos ante una disrupción tecnológica en toda regla, con consecuencias profundas para la estructura económica y operativa de nuestra profesión.

La lógica de la disrupción tecnológica

Clayton Christensen, en su célebre libro The Innovator’s Dilemma (1997), explicó cómo las innovaciones disruptivas irrumpen ofreciendo soluciones que, al principio, parecen “menos sofisticadas”, pero resultan mucho más accesibles, económicas y escalables que las tradicionales. Inicialmente, estas tecnologías son vistas con cierto desdén. Sin embargo, con el tiempo mejoran hasta desplazar a quienes no se adaptaron.

La IA sigue este mismo patrón. Primero reemplaza tareas rutinarias y de bajo valor, como correos simples o comunicaciones básicas. Luego avanza hacia la redacción de documentos jurídicos más complejos. Hoy ya es capaz de generar contratos o informes de litigios en cuestión de minutos. En un futuro cercano, veremos agentes inteligentes colaborando entre sí para elaborar escritos que respondan en tiempo real a los argumentos de la contraparte, informen al cliente al instante y acompañen el proceso con predicciones de resultado.

Nada de esto es ciencia ficción: ya está ocurriendo. Diversos estudios muestran que, en pruebas ciegas, algunos modelos de IA alcanzan niveles de calidad comparables a los de profesionales humanos en tareas específicas, incluidas las legales.

Nota: Figura extraída del estudio “GDPval: Evaluating AI Model Performance on Real-World Economically Valuable Tasks”, el cual compara el desempeño hombre vs IA, en donde esta última ya disputa las preferencias de trabajos hechos por expertos humanos

 

El error de pensar en términos lineales

El principal obstáculo para comprender este fenómeno —y para adoptar medidas adecuadas frente a él— es el llamado sesgo del crecimiento exponencial (exponential growth bias): la tendencia a subestimar la velocidad y magnitud de los cambios cuando siguen una curva exponencial.

Eso ocurre hoy en muchas facultades de Derecho y en no pocos estudios jurídicos. Se percibe la irrupción de la IA, pero se la interpreta como un proceso gradual y controlado. Mientras tanto, los modelos de lenguaje avanzan mucho más rápido de lo que anticipamos.

Desde GPT-2 (2019) hasta GPT-5 (2025), la progresión ha sido vertiginosa. Según datos del laboratorio METR y reportes de The Economist, mientras GPT-2 solo completaba tareas de segundos con éxito moderado, GPT-3 abordó tareas más complejas, GPT-4 llegó a resolver en minutos lo que antes tomaba horas, y GPT-5 ya puede realizar en ese mismo tiempo labores que a un profesional humano le demandarían más de dos horas.

A este ritmo, en poco más de un año los modelos podrían completar en minutos lo que hoy requiere una jornada de trabajo completa.

 

Nota: La figura explica el ritmo de las mejoras asociadas a los LL.M. en término de tiempo y potencia. Fuente: METR.

 

¿El fin de la profesión?

Llegados a este punto, es fácil caer en un discurso apocalíptico: “los abogados desaparecerán”. Sin embargo, ese argumento desconoce la naturaleza de la profesión jurídica. Richard Gott y Nassim Taleb, con el llamado efecto Lindy, nos recuerdan que las instituciones con miles de años de historia —como el Derecho y quienes lo ejercen— tienen altas probabilidades de seguir existiendo en el futuro.

Nuestra profesión no desaparecerá, pero sí cambiará su estructura económica y operativa. La pregunta ya no es si habrá abogados dentro de diez o veinte años, sino qué tipo de abogados serán relevantes en este nuevo entorno.

El nuevo rol del abogado

Si las máquinas pueden procesar información jurídica con rapidez y precisión, el verdadero valor estará en lo que no pueden replicar: el pensamiento estratégico, el juicio jurídico en contextos ambiguos o inciertos, la comunicación eficaz, la inteligencia emocional, la creación de confianza y la capacidad de integrar conocimientos de distintas disciplinas.

La IA, en definitiva, nos libera de tareas mecánicas y nos empuja hacia el corazón del Derecho: interpretar, decidir y acompañar.

Adaptarse o quedar atrás

La IA no marca el fin de los abogados, pero sí el fin de una determinada forma de ejercer la abogacía. Estamos ante un cambio estructural que exige repensar los planes de estudio, los modelos de negocio y las competencias profesionales.

El dilema, por tanto, no es si los abogados desaparecerán, sino qué tipo de abogado queremos ser para seguir vigentes en la era de la inteligencia artificial.

Podemos ser espectadores pasivos o protagonistas activos de esta transformación. La decisión —como casi siempre en el Derecho— es nuestra.

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