Editorial
El Colegio de Abogados se rinde a la igualdad
"Cuando lo que existe es una desigualdad endémica, provocada, mantenida y disfrutada por hombres, no cabe esperar una igualdad espontánea desde ella ni desde ellos".
El martes 15 de enero de este incipiente 2019 será una jornada especialmente feliz para las abogadas que son parte del Colegio de Abogados de Chile. Un grupo de ellas han decidido desafiar el liderazgo masculino de esa agrupación y promover modificaciones estatutarias que aseguren, por una parte, que para las próximas tres elecciones del Consejo se presenten listas paritarias, esto es, constituidas por hombres y mujeres en igual cantidad, y, por otra, que los puestos en el Consejo sean ocupados, al menos, en un 40% por mujeres, también en los tres próximos procesos eleccionarios.
La votación a favor de esta iniciativa fue abrumadora: un 94% de aprobación, 349 a favor y 9 votos en contra. En la etapa de discusión, hubo voces de conocidos miembros del Colegio que abiertamente se opusieron a esta iniciativa, señalando, en lo esencial, que ser electo consejero era algo que debía reservarse al mérito y no al género, aludiendo al clásico argumento de que las mujeres no requieren de estas “ayudas” en su lucha por la igualdad. Quizás muy en la tónica de la famosa frase de Marie Curie: “Nunca he creído que por ser mujer deba merecer tratos especiales… de creerlo estaría reconociendo que soy inferior a los hombres, y yo no soy inferior a ninguno de ellos”.
Una frase incendiaria, proveniente de una mujer admirable que fue capaz de romper los esquemas de su época y cuyas palabras no pueden menos que valorarse. Pero, así y todo, ¿tiene razón Marie Curie? En cuanto a que ninguna mujer es inferior a ningún hombre, sin duda que la tiene; pero en cuanto a merecer tratos especiales o en cuanto a que si una mujer cree que los merece es porque se reconoce inferior, ¿la tiene?
Si durante décadas – acaso siglos, si somos estrictos – la mujer ha sido relegada a un segundo plano y sus logros políticos, artísticos, filosóficos, científicos o de cualquier otra índole han sido sistemáticamente invisibilizados; si su acceso a la educación ha sido por larguísimo tiempo desconocida y posteriormente siempre más estrecha y dificultosa que el que tienen los hombres; si en su trabajo reciben menos dinero pero asumen más responsabilidades familiares, realidad cuyo precio a pagar es, por cierto, menos tiempo, energía y posibilidades de optar a cargos como consejera de una organización gremial; si quienes dominan los espacios públicos en una organización probadamente conservadora como el Colegio de Abogados son hombres, entonces la pregunta es simple: ¿bastará dejar que todo siga como está y esperar una espontánea igualación de las mujeres con los hombres? Porque ninguna de las circunstancias anteriormente mencionadas, en particular la brecha salarial, la injusta distribución de las obligaciones en relación con el cuidado de los hijos y la consiguiente falta de tiempo y energía, parecen en camino de superarse; y si eso es así, ¿qué nos haría pensar que espontáneamente podrían llegar las mujeres a ocupar más que el 15% de los puestos en el Consejo del Colegio de Abogados? ¿O mejores puestos en las empresas del Estado? ¿O más cargos de elección popular?
Cuando lo que existe es una desigualdad endémica, provocada, mantenida y disfrutada por hombres, no cabe esperar una igualdad espontánea desde ella ni desde ellos, como no esperamos la remisión de muchas enfermedades a menos que las tratemos con antibióticos.
En tiempos en que algunos creían que algunas personas podían ser cosas y propiedad de otros, fue necesario dictar leyes de abolición de la esclavitud e incluso librar guerras, en lugar de esperar un espontáneo reconocimiento de la igualdad por parte de los esclavistas.
El 15 de enero pasado hubo, pues, una pequeña guerra, donde las armas fueron los argumentos y el triunfo se obtuvo con un lápiz. Lo que ha ocurrido en el Colegio de Abogados ha sido una pequeña abolición de desigualdades, un emparejamiento de una cancha inclinada que no deja que la igualdad se manifieste, un trato especial perfectamente merecido por quienes están en desventaja y no la aceptan porque se saben iguales. Lo que ha ocurrido en el Colegio de Abogados solo puede enorgullecernos, pues un grupo de mujeres ha entendido que, muchas veces, a la igualdad no se la puede esperar, sino que hay que ir a buscarla a la esquina e invitarla a la casa. Y sentarla en el Consejo.