Columnas

El verdadero rol de un Compliance Officer

Por Isidora Marín Sievers*.

Cuando pensamos en un Compliance Officer, muchas veces imaginamos a alguien que traba el negocio, que envía correos con políticas o que complica procesos. Incluso he escuchado que algunos incluso lo describen como “la persona de las capacitaciones” o “quien fue contratado para proteger a la empresa de una gran multa”. Y ahora, con la entrada en vigencia de la Ley de Delitos Económicos, muchas personas lo ven como “el encargado de evitar que sus ejecutivos o directores terminen en la cárcel”. Pero esa mirada, centrada solo en el riesgo penal, a mi juicio es reducida y deja de lado el verdadero potencial del compliance.

Pero ¿y si cambiamos la mirada? ¿Y si lo viéramos como alguien que nos permite dormir tranquilos, sabiendo que nuestro trabajo está en línea con lo correcto? ¿Como quien nos guía para actuar dentro del marco ético y legal? ¿Como la persona que, al asegurarse de que las reglas estén claras, nos entrega libertad para imaginar, crear e innovar sin miedo?

Un Compliance Officer comprometido, integrado al negocio, con un marco de cumplimiento sólido y parte de la estrategia corporativa, no limita: habilita. Porque cuando los equipos comprenden las reglas del juego, pueden liberar su potencial creativo con mayor seguridad y confianza. Saben que están respaldados por principios, que tienen con quién revisar sus dudas y que sus ideas no representarán un riesgo si se desarrollan sobre terreno firme.

Vivimos en un mundo donde las fronteras entre lo correcto y lo conveniente muchas veces se difuminan. Y en ese contexto, el rol del Compliance Officer no es solo proteger a la empresa: es cuidar a quienes la construyen día a día.

Detrás de cada colaborador hay familias e historias que merecen ser protegidas. Detrás de cada caso de corrupción, colusión o fraude, no solo hay titulares: hay padres, madres, hijos e hijas atravesando momentos difíciles, arrastrados por decisiones que a veces se tomaron sin conciencia del daño que podían causar y sin dimensionar el impacto que tendrían. Muchas de esas familias habrían agradecido la existencia de un Compliance Officer con la fuerza, la voz y el compromiso necesarios para advertir, prevenir y actuar a tiempo.

Quizás algunos de los que hoy están en la palestra mediática terminen siendo absueltos, ya sea por fallas del sistema judicial, por las complejidades propias del proceso penal o simplemente por falta de pruebas concluyentes. Otros, como es justo -esperemos- deberán asumir las consecuencias de sus actos. Pero en todos los casos, el proceso deja huellas: años de exposición pública, estigmatización y un profundo desgaste personal y familiar. Y aunque nada exime de responsabilidad a quien ha actuado de forma incorrecta, es legítimo preguntarse cuántas de esas situaciones podrían haberse evitado si se hubiesen implementado a tiempo mejores mecanismos de prevención, advertencia y acompañamiento ético, legal y oportuno.

La verdadera misión de un Compliance Officer no es recolectar pruebas para defender a alguien en tribunales. Es evitar que se llegue a ese punto. Se trata de entregar herramientas, formación y acompañamiento para que cada colaborador pueda hacer su trabajo con integridad y tranquilidad. A las personas que trabajan conmigo siempre les digo: “si yo hago bien mi trabajo, tú puedes dormir tranquilo de que estás trabajando de la manera correcta”.

Porque cuando quienes trabajan en una empresa actúan correctamente, no solo gana la empresa, gana la sociedad.

Ser Compliance Officer es, en definitiva, asumir una misión profundamente humana: contribuir a construir entornos más justos, éticos y seguros. No se trata solo de cumplir normas, sino de entender que detrás de cada política, cada control y cada decisión correcta, hay personas protegidas y daños evitados.

Cuando trabajamos por el cumplimiento de las normas sobre lavado de activos, por ejemplo, estamos siendo un aporte en la ayuda a frenar el avance de organizaciones criminales o terroristas que generan violencia, corrupción y sufrimiento. Indirectamente o sin estar plenamente consciente de ello, estamos protegiendo a las comunidades más vulnerables, que son las primeras en ser afectadas por esos delitos.

Por otro lado, cuando promovemos la libre competencia, contribuimos a que profesionales talentosos no arruinen sus carreras participando en acuerdos ilegales, y a que los consumidores –como quienes necesitan medicamentos importantes, insumos médicos o una canasta básica accesible– no paguen de más por productos esenciales, como ya ha ocurrido en nuestro país.

Cuando fortalecemos la ética y la integridad en la contratación pública, evitamos que recursos que debieran destinarse a escuelas, hospitales o infraestructura, terminen en manos de quienes abusan de su posición.

Quienes ejercemos el rol de Compliance Officer debemos estar convencidos de que, con un rol activo, coherente y bien integrado, podemos ser agentes de cambio. Porque el compliance no se trata solo de prevenir sanciones, sino de cuidar lo que más importa: la confianza, la dignidad y la justicia en nuestras organizaciones. Tenemos la potencia para hacer que el mundo sea un lugar mejor para todos y todas. 

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