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Especial 8M | El lado olvidado de la sostenibilidad: sin ética, la gobernanza es solo un espejismo

En el marco de una nueva conmemoración del Día de la Mujer, la abogada Manuela Zañartu se hace parte del Especial 8M de EstadoDiario, un espacio en el que abogadas y profesionales relacionadas al mundo legal escriben sobre la participación de mujeres en sus respectivas áreas, y revisando el estado actual de diversos ámbitos del derecho y su práctica.

Por Manuela Zañartu*.

La sostenibilidad se ha convertido en el gran imperativo del siglo XXI. Organizaciones, inversionistas y reguladores han abrazado los criterios ASG (ambientales, sociales y de gobernanza) como el nuevo estándar de éxito corporativo. Se habla de reducción de huella de carbono, de diversidad en el lugar de trabajo, de economía circular. Pero, en medio de todos estos esfuerzos, hay un pilar que sigue siendo tratado como un trámite burocrático más: la gobernanza.

Manuela Zañartu

A diferencia de lo que muchos piensan, el corazón de una gobernanza efectiva no está en más regulaciones ni en estructuras más complejas. Está en algo más simple y fundamental: la ética. Sin ética la sostenibilidad es solo un discurso y los criterios ASG se convierten en una fachada. 

La pregunta es: ¿por qué, entonces, seguimos fallando en promover la ética dentro de las organizaciones?

La trampa de las zonas grises: cuando la ética es una cuestión de interpretación

La mayoría de las organizaciones tienen, por lo general, códigos de ética, capacitaciones en cumplimiento y discursos grandilocuentes sobre integridad. Sin embargo, los escándalos corporativos no disminuyen. Fraudes financieros, conflictos de interés, corrupción, abuso de poder. Si todos sabemos lo que está bien y lo que está mal, ¿por qué sigue ocurriendo?

Durante mucho tiempo, se creyó que los ejecutivos que cometen delitos de cuello blanco eran estrategas fríos y calculadores, que ponderaban los riesgos y beneficios antes de actuar. Sin embargo, la realidad es más compleja. Eugene Soltes, profesor de la Harvard Business School, desafió esta visión en su libro Why They Do It: Inside the Mind of the White-Collar Criminal.

Tras entrevistar a decenas de ejecutivos condenados por fraude, manipulación de mercados y corrupción, descubrió que la mayoría de ellos no realizó un cálculo racional del riesgo antes de tomar decisiones ilegales. En lugar de analizar las posibles consecuencias, simplemente no pensaron en ellas. Dicho de otra manera, el profesor Soltes expone que muchas de estas decisiones fueron impulsivas y contextuales, más que fríamente calculadas. Sus acciones no fueron el resultado de un plan maestro, sino de una serie de pequeñas decisiones que, dentro de su contexto, parecían normales.

Nos gusta pensar que las decisiones éticas son simples, pero en la práctica son moldeadas por incentivos, presiones y percepciones. En las empresas, las reglas rara vez fallan porque son desconocidas; fallan porque su aplicación depende de un juicio subjetivo dentro de entornos diseñados para priorizar la eficiencia, los resultados y la supervivencia en la organización.

El problema no está entonces en la falta de reglas, sino en la existencia de zonas grises. Situaciones donde la decisión éticamente correcta no se vislumbra como una opción binaria, donde las normas dejan espacio para la interpretación y donde el comportamiento humano se rige más por el contexto que por la teoría. Es ahí donde reside el verdadero peligro. No se trata de grandes actos de corrupción, sino de pequeños desvíos éticos que, en el día a día, pasan desapercibidos. Un leve ajuste en los balances aquí, una omisión en un informe allá. Y, de pronto, la organización ha normalizado lo que antes hubiera sido impensable.

Si confiamos solo en códigos de ética y en capacitaciones anuales, estamos perdiendo la batalla. La verdadera pregunta es: ¿cómo hacemos para que, en situaciones de ambigüedad, la decisión correcta sea la opción más obvia y natural?

Dejar atrás la moralización y empezar a rediseñar el entorno

Durante demasiado tiempo, la ética en las empresas se ha tratado como un problema de información. Se asume que, si las personas saben qué es correcto, actuarán en consecuencia. Pero décadas de estudios en ciencias del comportamiento han demostrado que el conocimiento no es suficiente. No basta con saber que robar está mal si el sistema permite desvíos de fondos sin consecuencias visibles. No basta con decir que la transparencia es importante si el diseño organizacional facilita acuerdos en la sombra.

Es por esto que algunas corrientes (como el behavioral Compliance) ofrecen una solución más realista. En lugar de confiar en la voluntad individual, buscan rediseñar el entorno para que las decisiones correctas sean más fáciles de tomar. No se trata de más reglas, sino de sistemas que minimicen la necesidad de interpretaciones personales.

Si sabemos que la gente tiende a seguir el camino de menor resistencia, ¿por qué no hacer que el camino más accesible sea el correcto? Si entendemos que la presión social moldea el comportamiento, ¿por qué no exponer más decisiones a la vista de otros? Si los sesgos cognitivos pueden llevar a decisiones erradas, ¿por qué no incorporar mecanismos que los neutralicen?

Las zonas grises seguirán existiendo, pero pueden volverse menos peligrosas si el diseño organizacional favorece la ética en lugar de depender de la “buena voluntad” o de la correcta interpretación de cada uno de sus miembros. No se trata de capacitar más, sino de estructurar mejor.

Si queremos que la ética empresarial sea un pilar real de la gobernanza ASG, es momento de abandonar las estrategias tradicionales y repensar la forma en que se toman decisiones dentro de las organizaciones. La moralización no ha funcionado. La formación, por sí sola, tampoco. Es hora de diseñar entornos que favorezcan la ética de forma natural.

¿Estamos listos para dejar atrás los discursos sobre valores y empezar a rediseñar la manera en que las empresas operan? Porque si seguimos haciendo lo mismo, no deberíamos sorprendernos de seguir obteniendo los mismos resultados.

Recordemos que, si la gobernanza falla, cualquier avance en lo ambiental y social es insostenible. Sin estructuras de control efectivas, sin integridad en la toma de decisiones, sin accountability real, todo lo demás se desmorona.

*Por Manuela Zañartu. Consultora especializada en Compliance y Fintech. Abogada de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Magíster en Derecho Internacional por la Universidad de Nueva York. Con experiencia en el sector público y privado, ha trabajado en organismos internacionales a través de la Misión de Chile ante la ONU, participando en instancias clave de cooperación jurídica y transparencia. Ha liderado áreas de compliance en la industria financiera y actualmente asesora a empresas y family offices en el diseño e implementación de programas de cumplimiento enfocados en promover la integridad corporativa. Además, es panelista del Podcast ESG de la A a la Z, docente en programas de postgrado en ética, compliance y gobierno corporativo, y directora de Chile Transparente.

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